7 nov 2009

Corre, Marcela, Corre!

A veces antes de salir de viaje hacemos planes y arreglos sin tener en cuenta cómo van a ser las cosas al llegar a destino. Y a veces esos arreglos generan consecuencias desopilantes. Este fue uno de esos casos.

Cuando me eligieron para hacer una pasantía en New York, en el año 2000, mi primer preocupación (como buena estudiante pobre) fue cómo costear el alojamiento. New York es famosa por los precios altos de los hoteles y las cifras astronómicas de sus alquileres, así que la cosa no parecía sencilla. Busqué en varias residencias estudiantiles, pero la mayoría o estaba ocupada o estaba fuera de mi presupuesto. Finalmente, y cuando ya parecía que nada aparecería y que iba a tener que dormir bajo el puente de Brooklyn, encontré una residencia llamada Centro Maria, administrada por las hermanas de Maria Inmaculada. Envié un fax para verificar disponibilidad y precio, y me contestaron casi inmediatamente: tenían lugar y lo que cobraban por mes por una habitación compartida podía pagarlo. Más importante aún: estaba bien ubicada, en la calle 58, entre la 10ma y la 11ava avenida. Me avisaron que la residencia tenía una política extricta en cuanto a salidas nocturnas: las puertas se cerraban a las 22:30 y no volvían a abrirse hasta las 7:30 de la mañana siguiente. Si uno no llegaba hasta esa hora, se quedaba afuera y a rogar por encontrar lugar donde pasar la noche. Yo, sin embargo, no me hice problema: al fin y al cabo, ¿qué iba a hacer yo de noche si iba a trabajar y seguro tendría que levantarme tempano? Seguramente el horario no iba a ser problema ¿no? No.

El lugar era básicamente un convento que alquilaba habitaciones como residencia para mujeres que iban a estudiar y trabajar en New York. Tanto era así, que el taxista que me llevó desde el aeropuerto me preguntó 5 veces si estaba segura que quería quedarme allí (se ve que no tengo cara de monja). Yo, sin embargo, no me hice problema: el lugar era limpio, bien ubicado, barato y las monjitas amables. Ergo, ningún problema.

Sin embargo, unas semanas más tarde, a poco de comenzar la pasantía me dí cuenta de mi error: era verano, eramos un grupo enorme, de 120 pasantes y solíamos salir en grupos grandes a tomar algo despues del trabajo...y las 22:30 llegaban antes de lo pensado. Así que yo, que pensaba que iba a estar durmiendo desde la 9, me encontré con que más de una vez tenía que correr, pero correr rápido, para llegar antes del cierre de las puertas. Miren cómo habré corrido que rompí dos pares de zapatos:, uno por cada mes que estuve alojada allí. Se partieron al medio en una de mis carreras a lo Forrest Gump. Antes de romper el 3er par decidí que la cosa me estaba saliendo demasiado cara y me mudé a una residencia en Harlem (mi presupuesto seguía siendo acotado ¿qué se piensan?)...pero de esa experiencia les cuento en otro post.




2 comments:

Verónica Frágola dijo...

jajajaajaaa! te hubieras quedado a dormir con algun compañero de jarana! jajajja
un par de zapatos bien valian una mudanza!
besos y buen viaje!!!

Unknown dijo...

Una vez me quede afuera!!! Y fui a tocarle la puerta a una compañera de trabajo que vivía cerca, y la mañana siguiente fui a cambiarme antes del trabajo jajaja. Menos mal que mi compañera estaba en su casa!

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